Avanzar hacia el poscapitalismo no implica erradicar las fuerzas del mercado de la noche a la mañana ni aceptar los métodos de planificación centralizada de la economía soviética. El propósito es diseñar una transición controlada en la que las fuerzas del mercado dejen de operar como el principal mecanismo de asignación de bienes y servicios en el planeta, en la que el Estado se reduzca y se desactiven las acumulaciones de deuda. Para diseñar esa transición es necesario partir de la realidad.
Lo que caracteriza el momento presente en la historia es una sensación dominante de irrealismo entre las elites. Los discursos oficiales ya no se utilizan como guías para la acción, las leyes no se aplican y se ignoran las reglas.
La máxima expresión del irrealismo mundial está contenida en dos gráficos. El primero es la proyección de la Oficina de Presupuestos del Congreso de Estados Unidos de la relación entre la deuda y el PIB hasta 2048.
Gráfico 1. Relación entre deuda y PIB en Estados Unidos
El gráfico proyecta para 2030 niveles de deuda normalmente asociados a tiempos de guerra –solo que en tiempos de paz–, empujados fundamentalmente por la determinación de Estados Unidos de seguir gastando en defensa, seguridad social y Medicare sin incrementar los impuestos como porcentaje del PIB. A diferencia de lo registrado en la Segunda Guerra Mundial, no hay un plan realista –o siquiera una intención declarada– de disminuir esta acumulación de deuda. Por primera vez en la historia del capitalismo industrial, una gran economía está construyendo una enorme cantidad de deuda en tiempos de paz y no hay un modo realista de disminuirla.
De acuerdo con las proyecciones de la Oficina de Presupuestos del Congreso, durante los próximos 30 años el PIB estadounidense se incrementará de 20 billones a 65 billones de dólares, mientras que la deuda se disparará de 16 billones a 97 billones. El déficit permanecería entonces en 8% anual, lo que promovería, por parte de los economistas ortodoxos, demandas de austeridad en una escala que es insostenible para Estados Unidos en la actualidad. El supuesto subyacente es que la población del país aceptará un derrumbe en su nivel de vida, el mundo seguirá comprando el billete estadounidenseo el Estado emitirá dinero como una solución a su insolvencia.
Observemos ahora el segundo gráfico: una elaboración del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) que muestra que es necesario reducir las emisiones de dióxido de carbono en forma drástica en los próximos 20 a 35 años si queremos evitar un colapso catastrófico e incontrolable.
Gráfico 2. Trayectorias ideales de emisiones netas globales de CO2 (en miles de millones de toneladas por año)
El IPCC sostiene que, para lograr esta reducción, «serían necesarias transiciones rápidas y de gran alcance en energía, tierras, urbanismo e infraestructura (incluyendo transporte y edificaciones) y sistemas industriales», lo que demandaría «una ampliación significativa de las inversiones en estas alternativas».
La pregunta estratégica que enfrenta la humanidad
La única pregunta estratégica que enfrenta la humanidad es si los países del mundo desarrollado que están más severamente endeudados están preparados para encontrar los recursos para concretar esta transformación. La pregunta complementaria es si, para lograrlo, estamos preparados para destruir la influencia política del sector de los combustibles fósiles y de los sectores financieros que evaden su responsabilidad fiscal. Hasta que no respondamos estas preguntas, estaremos perpetuando la cultura del irrealismo.
En Estados Unidos ha surgido un novedoso y potente movimiento que busca concretarlo. El Nuevo Pacto Verde (Green New Deal), presentado como proyecto de ley en el Congreso por la nueva representante por Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, promete compromisos de inversión por un plazo de diez años que sus detractores han totalizado en 6 billones de dólares adicionales por año. Los defensores del Nuevo Pacto Verde se resisten a aceptar esa cifra. Sostienen que, de acuerdo con la teoría monetaria supuestamente moderna, en todo caso el precio se puede pagar emitiendo deuda e imprimiendo dinero, por lo que la cifra es irrelevante.
Aunque aplaudo su desparpajo, en cierto modo se basa en las mismas premisas de la política fiscal del presidente Donald Trump: es decir, que el dinero fiduciario le permite al Estado superar eternamente la dinámica tradicional de endeudamiento. Dicho de otra manera, la dinámica interna de un sistema de mercado capitalista, en la que en algún punto la deuda elevada crea inestabilidad y depreciación monetaria y el costo para el gobierno de tomar dinero prestado se descontrola, se puede evitar mediante el dinero fiduciario.
La única forma de inyectar realismo en el debate es hacer una pregunta que ni la elite económica de Davos ni los miembros progresistas del Partido Demócrata, ni siquiera la mayor parte del movimiento ecologista, están preparados para considerar: ¿son compatibles las soluciones con el capitalismo?
La sublevación de la tecnología
En Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro (2015), sostuve que no. El mayor problema para la sustentabilidad de la deuda estadounidense (o, para el caso, la de Japón o la eurozona) no es si el sistema financiero se puede mantener con vida gracias al dinero fiduciario. El mayor problema es que la tecnología de la información está en rebelión contra las instituciones sociales y económicas que la rodean.
En una economía capitalista de la información el valor que se genera es demasiado poco como para justificar el tamaño de la deuda actualmente acumulada, los déficits permanentes o las proyecciones fiscales de los principales Estados. La tecnología de la información crea caídas exponenciales en los costos de producción de información, bienes informacionales y algunos bienes físicos y servicios. Produce utilidad en enormes cantidades, a través de los efectos de red, y tiende a democratizar y abaratar la innovación.
Suprime el mecanismo normal de adaptación, por el cual la innovación produce nuevos bienes con mayores costos de insumos (incluida la mano de obra) y que permiten la existencia de empleos con mayores salarios. Además, la automatización tiene el potencial de erradicar 47% de los puestos de trabajo o 45% de las actividades.
En los últimos 15 años hemos construido un sistema altamente disfuncional, que es insostenible de acuerdo con todas las premisas tradicionales. Es un sistema de monopolios únicos permanentes, con una búsqueda masiva de renta financiera y de explotación financiera, creación de puestos de trabajo con bajos salarios y poca calificación, diseñados para mantener a la gente en el sistema de crédito y extracción de datos, y enormes asimetrías de poder e información entre empresas y consumidores.
Como resultado, el largamente esperado despegue de la Cuarta Revolución Industrial no se está produciendo. Sin importar cuántos economistas schumpeterianos predigan su llegada inminente en caso de que los Estados tomen un rol más activo en la coordinación industrial, esto no podrá ocurrir en el marco de una economía global de mercado altamente endeudada y monopolizada.
Rediseño rápido del sistema
Por ende, junto con la transición a una economía de carbono cero, necesitamos un rápido rediseño del sistema, en el cual el sector de mercado se achique en relación con el sector público, emerja un sector colaborativo no mercantil, el dinero deje de funcionar como reserva de valor y haya una rápida reducción de las horas trabajadas dentro del sistema remunerado.
Si se observa lo suficiente la proyección de deuda para Estados Unidos y un gráficocomo el número 3 –que muestra la velocidad con que la humanidad ha arruinado el mundo al utilizarlo como un desagüe para procesos que implican un gran uso de carbono–, se hace evidente que el capitalismo ha llegado a un momento decisivo. Está demasiado endeudado para seguir funcionando con normalidad y es estructuralmente demasiado adicto al carbono. Los acreedores de la deuda y los que tienen los derechos para quemar carbono irán a la bancarrota, o el clima global colapsará.
Gráfico 3. Emisiones anuales de CO2 (miles de millones de toneladas por año) por región
A mediano plazo, necesitamos una forma diferente de capitalismo, pero esta no será estable ni permanente, e incluso esa forma deberá crearse mediante algo que va a parecerse a una revolución. Será necesario desincentivar el uso del carbono al tiempo que se redistribuye en gran escala la riqueza y se le permite al Sur global continuar desarrollándose y superar las enormes distorsiones estructurales creadas por los monopolios tecnológicos, los buscadores de renta, los especuladores financieros y los Estados y empresas que acumulan datos.
Avanzar hacia el postcapitalismo no involucra erradicar las fuerzas del mercado de la noche a la mañana ni aceptar los métodos de planificación centralizada de la economía soviética. El propósito es diseñar una transición controlada en la que las fuerzas del mercado dejen de operar como el principal mecanismo de asignación de bienes y servicios en el planeta, en la que el Estado se reduzca y se desactiven las acumulaciones de deuda.
La tecnología de la información facilitará un movimiento más allá de la escasez en grandes sectores de la economía. El cambio climático demanda que erradiquemos ciertos usos del carbono. La dinámica de la deuda mundial, combinada con el problema del envejecimiento de la población, implica que necesitamos algo más radical y sustentable que el dinero fiduciario y una masa de deuda que nunca se saldará.
¿Demasiado estridente?
Cuando en Postcapitalismo advertí que si no abandonábamos el neoliberalismo este destruiría la globalización, el Financial Times dijo que la advertencia era «innecesariamente estridente». Pero resultó que no era suficientemente estridente.
Mientras Trump saca a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático, su par brasileño Jair Bolsonaro se prepara para quemar el Amazonas y poderosos movimientos en toda Europa buscan proteger los estilos de vida basados en el automóvil de motor diesel, solo una nueva y gran idea global podrá revertir la situación.
En las próximas columnas delinearé lo que eso significa para las nuevas alianzas políticas progresistas que es preciso formar, cómo estas tendrán que llevar adelante con inteligencia la guerra cultural por venir y por qué el Estado –ignorado durante tanto tiempo por los movimientos ecologistas y por la justicia social– está en el centro de la solución.
Las premisas gemelas de la tecnocracia de nuestro tiempo –que el sistema social actual puede lograr un nivel cero de carbono y que el dinero fiduciario puede compensar por siempre el crecimiento de la deuda– son las que hacen que la formulación de políticas sea en tal medida irreal. Tenemos que empezar a ser realistas.
Por Paul Mason
Nueva Sociedad, Marzo 2019
Este texto es el primero de una serie que Paul Mason publicará en la revista Social Europe.
Traducción: María Alejandra Cucchi
Fuente: Social Europe e IPS-Journal
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