Sassen advierte que el mundo académico carece de conceptos para abordar fenómenos contemporáneos, critica a “esos profesores que empujan a los estudiantes a ser prudentes” y aboga por una universidad capaz de “abrir nuevas fronteras de investigación”.
“Prefiero ser una salvaje.” La socióloga holandesa Saskia Sassen bromea para explicar por qué elige correrse de las “categorías maestras” y anclar sus estudios en los márgenes sinuosos y las zonas oscuras de los fenómenos que se postulan como autoevidentes. Lejos de aquellos académicos que sostienen un solo proyecto como “tarjeta de presentación para toda su vida”, Sassen, que actualmente se desempeña como profesora de la Universidad de Columbia, ha ido variando sus objetos de estudio, al tiempo que ha multiplicado la relevancia mundial de sus publicaciones. Entre sus libros se destacan La ciudad global (Eudeba), Territorio, autoridad y derechos y el reciente Expulsiones (ambos editados por Katz), en los que indaga en las tramas de la economía global y sus nuevos ordenamientos. En su última visita a la Argentina –donde vivió algunos años de su juventud–, Sassen dialogó con Página/12 sobre el rol de las universidades en el mundo contemporáneo e instó a estudiantes y profesores a no ser prudentes: a hacer nuevas preguntas y tomar el riesgo de “empujar y abrir nuevas fronteras de investigación”.
–Usted señala que “la máquina de vapor” de la modernidad global no son las tecnologías digitales sino las finanzas. ¿Cómo es que esta “máquina”, en apariencia tan abstracta e inasible, moldea el pulso del mundo contemporáneo?
–Es la lógica misma de lo financiero. Lo financiero es radicalmente distinto de la banca tradicional. La banca tradicional vende algo que tiene: dinero. La finanza vende algo que no tiene y, por ende, debe invadir otros sectores, y para eso desarrolla instrumentos realmente admirables en su complejidad. Puede invadir desde los sectores más lujosos a las cosas más simples, como los préstamos para autos usados. No depende estrictamente de esos otros sectores; todo lo que necesita es desarrollar un instrumento que le permita extraer algo en base a lo cual pueda construir un instrumento que tenga la capacidad de multiplicar el valor. Entonces, es invasivo y destructivo y el hecho de que destruye lo que necesita también implica que no le importa. Extrae y listo; deja detrás espacios completamente destruidos y así va empobreciendo los Estados nacionales.
–Según señala en sus estudios, la economía global impone sus propias lógicas territoriales y de valorización de los productos del trabajo. ¿Cómo impacta esto en el mundo del trabajo y en la profesionalización?
–Lo que vemos es una transformación bastante importante de la distribución del trabajo. Hay un privilegio de los trabajos altamente profesionales y emerge una clase profesional muy grande, el 20 por ciento de cualquier economía desarrollada. Pero eso viene con un precio y es que destruye a esa clase media más modesta, que son los supervisores, las secretarias... eso se transforma en un elemento técnico. Todo lo que se puede estandarizar, se estandariza. Además –y esto ya como un fenómeno más parcial–, esa nueva lógica tecnológica también tiene sus preferencias y sus privilegiados, orienta cuáles son los buenos puestos de trabajo. En este momento las finanzas han perdido mucho terreno. Hubo un momento en que era la super choice para muchos estudiantes, pero ha habido tanta criminalidad en el sistema financiero que ya los hijos de las elites eligen otras cosas.
–¿Las ofertas académicas se ajustan a estos nuevos movimientos?
–Si me permito una observación crítica basada en Estados Unidos, creo que hay una especie de fabricación de diplomas que son totalmente inútiles. Los estudiantes estudian, son serios, pero las instituciones no son serias. Estados Unidos tiene una elite de universidades que son extraordinarias, pero también tiene más de 3500 instituciones de posgrado que en su gran mayoría son privadas y para obtener ganancias. Si miramos lo que ha pasado con la deuda de los estudiantes, los estudiantes argentinos van a sentir que les está yendo mucho mejor que a los norteamericanos. La deuda de los estudiantes en Estados Unidos hoy en día es superior a un trillón de dólares y es una deuda que está a una tasa de interés del 16 por ciento. Los ciudadanos pasamos el dinero a la banca al 2 por ciento de interés y esas bancas se lo venden a los estudiantes al 16 por ciento: un robo. Una vez que tienen un trillón pueden hacer mucho más que simplemente quedarse con el interés: financiarizan, invierten especulativamente. Mientras tanto, los estudiantes no se van a liberar nunca de esa deuda si no la pueden pagar, porque por ley el sistema financiero logró incluso que no se pueda declarar banca rota sobre esa deuda.
–Usted señala que no tenemos categorías conceptuales para explicar algunos fenómenos acuciantes. Por ejemplo, se siguen explicando en términos de “inmigración” desplazamientos que tienen características muy distintas a las migraciones de los siglos pasados. ¿Por qué cree que los conceptos nos van quedando desfasados?
–Lo que estamos viendo en la así llamada crisis migratoria en el Mediterráneo se capta sólo parcialmente con las categorías de migrante, refugiado. Creo que estamos viviendo el inicio de toda una nueva era que viene marcada por una masiva pérdida de hábitat, que tiene muchos factores. En este momento la guerra domina: tenemos 40 países que tienen guerra, pero también están la desertificación, el cambio climático, tierras que van a estar inundadas; la expansión enorme de plantaciones que expulsan a los pequeños agricultores; la expansión extraordinaria de la minería que quita también terreno para vida; la compra de tierra simplemente para extraer agua; el uso en cantidades enormes de agua para el fracking, que va eliminando agua para poblaciones... La guerra es sólo uno de todos estos elementos. Es el más inmediato, el que ahora domina nuestros imaginarios y nuestras explicaciones, pero es una cosa mucho más amplia, relacionada con la pérdida masiva de hábitat. Usar estas palabras “son inmigrantes, son refugiados” también es una invitación a no pensar. Nos tenemos que plantar ahí y preguntarnos qué estamos viendo. Hay una historia más profunda que requiere otros lenguajes.
–¿El mundo académico tiene responsabilidad en esta falta de comprensión de las particularidades del nuevo momento?
–Claro que tiene responsabilidad. Yo siempre tuve una relación muy problematizada con las categorías de análisis que son dominantes, porque en un cierto punto sí son muy útiles, pero por otro lado son invitaciones a no pensar: contienen la explicación. A mí lo que más me interesa de la inmigración es cuando empieza un flujo nuevo. Ya cuando es un flujo establecido me importa mucho menos. Muchos estudios de la migración son simplemente documentaciones de las características de esos migrantes o sus comunidades: tienen más de 20 años, tienen buena salud, comen tal cosa... Es muy fácil hacer eso. Yo creo que la universidad buena tiene también que empujar, abrir nuevas fronteras. Siempre va haber individuos que están dispuestos a tomar el desafío.
–¿Existen resistencias frente a ese tipo de enfoques?
–Un problema de la universidad es que tiene esos profesores que empujan a los estudiantes a ser prudentes. La mayoría de los académicos, una vez que tienen una idea, un proyecto, un libro, se quedan con eso como tarjeta para el resto de su vida. La gran universidad tienen que permitirse el lujo de aportar a aquellos estudiantes y profesores que van a ser la minoría que tienen el coraje de decir: “Yo acepto todo esto que me dijeron, pero aquí falta algo y yo voy a construir un puente conceptual para poder llegar a eso”. Creo que hay trabajo que hacer en las buenas universidades; hay que abrir nuevos terrenos, construir túneles en realidades que realmente pensamos que entendemos, pero no las entendemos.
–¿Esta incapacidad para procesar los nuevos fenómenos no implica también el peligro de no poder anticipar dinámicas que, en algunos casos, terminan siendo incluso tragedias humanitarias?
–Absolutamente, pero nunca vamos a poder predecir todo, porque hay combinaciones que no las vemos venir. Por ejemplo, el hecho de que de pronto se dé esta inmigración muy grande de Eritrea, al mismo tiempo que la de Siria. Son dos cuestiones totalmente separadas que producen un cambio inesperado.
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