viernes, 19 de enero de 2018

Hablemos de populismo - Francisco Martín Moreno y Antonio Navalón

Un populista jamás será culpable de nada: aducirá que todo lo hizo en beneficio del pueblo

Me resulta realmente imposible abordar el tema del populismo sin recordar la definición con la que sentenció Henry Louis Mencken a esta política suicida que cuida tanto los pobres que los multiplica por doquier: “Populista es aquella persona que predica ideas que sabe falsas entre personas que sabe idiotas”. Claro está que en América Latina, en donde prevalece lamentablemente la ignorancia y todavía se dan millones de analfabetos ante el fracaso incontestable de la educación, es muy fácil engañar a los indigentes y a los desesperados con promesas que, de antemano, se sabe son imposibles de cumplir.

Aquí en México vemos a un López Obrador que promete erradicar la corrupción, facilitar el acceso a las universidades a millones de personas, acabar con la miseria, vender a Estados Unidos jugo de naranja para nivelar la balanza comercial y enajenar el avión presidencial para detonar el crecimiento económico, para así elevar al ser humano al mínimo nivel exigido por la más elemental dignidad humana. Prometer, podemos prometer todos: yo prometo, tú prometes, él promete, ellos prometen, nosotros prometemos, sí, pero yo incumplo, tú incumples, él incumple y todos incumplimos porque no podemos inventar el dinero, porque no podemos inventar la riqueza, porque no podemos inventar el bienestar y al final de cuentas es realmente imposible materializar el sueño populista que finalmente acaba en un auténtico desastre, en donde el vendedor de fantasías se convierte en tirano al querer imponer la felicidad y su voluntad a la fuerza. El populismo por lo general acaba un baño de sangre.

Los populistas escogen a un enemigo común, como bien puede ser una parte de la nación a la que se le debe aplastar, encarcelar o destruir. En el caso de México, López Obrador etiquetó a ciertos funcionarios o grupos de exfuncionarios, como “la mafia del poder”. Fidel Castro escogió a Estados Unidos, al imperialismo yanqui, como la gran amenaza contra la cual todos los cubanos tendrían que luchar, aunque después de Bahía de Cochinos ya no hubiera amenaza alguna. Castro invariablemente declaró que la quiebra de la economía cubana se debía el embargo comercial decretado por la Casa Blanca, cuando en realidad podía vender el azúcar, el tabaco o el ron en cualquier parte del mundo y si no lo venden es porque el marxismo leninismo stalinismo brejnevismo (uuufff) fracasó como la gran mentira del siglo XX.

Cuando alguien hace un regalo, alguien lo paga, ese es el caso del populismo chavista que obsequia la gasolina como si no le fuera a costar a nadie, y claro que cuesta, porque los populistas empiezan a endeudarse para financiar la demagogia, suben los impuestos a los ricos en lugar de multiplicarlos, nacionalizan las empresas supuestamente explotadoras del pueblo, se vacían los anaqueles, huye la inversión extranjera, se destruye la creación de empleos, aparece el desabasto en tiendas y comercios, surge la desesperación social, faltan medicamentos fundamentales, alimentos básicos que se deben importar ante la parálisis industrial que ellos mismos originaron. Se dispara la inflación, se descapitaliza el país, surge la violencia y la delincuencia a niveles insospechados, se imponen controles de precios que conducen a la quiebra al sector productivo, se instala un feroz control de cambios para estimular el mercado negro de divisas y cuando la ruina del país se avecina y las personas empiezan a cazar perros y gatos en las calles para poder alimentarse, entonces el populista acusa a “la mafia del poder”, a “los empresarios hambreadores del pueblo”, al imperialismo yanqui y a los capitalistas degenerados e insaciables de todo lo acontecido.

Un populista jamás será culpable de nada, en todo caso, siempre aducirá que todo lo hizo en beneficio del pueblo y que es un incomprendido.La realidad consiste en demostrar que el populismo es la antesala de la dictadura porque tarde o temprano las leyes de la economía se impondrán y dejarán expuestas sus vergüenzas demagógicas ante el mundo entero. Pero lo que no debe acontecer es que el populismo acabe en una cruenta revolución que bien puede conducir a la instalación de un nuevo populista que también prometerá lo que no puede cumplir… Es un perverso círculo infernal…






El insoportable olor a viejo

La corrupción es la semilla del mal que ha permitido que el populismo sea una alternativa real en muchos países


La reciente Asamblea General de Naciones Unidas fue el escenario por el que desfilaron los nuevos líderes de América Latina y entre los acontecimientos relevantes destacó la despedida del presidente Barack Obama —el hombre del “sí se puede”, el hombre del cambio—.

El mundo actual presenta muchos y distintos cambios, aunque no todos sean para bien. Por ejemplo, si escuchamos el discurso de Michel Temer, el nuevo presidente —por casualidad o por traición— de Brasil, llama la atención que no deje de mencionar la valentía que tuvieron él y sus partidarios para castigar a una presidenta que se había atrevido a hacer lo mismo que ellos hicieron en otros tiempos, solo que en esta ocasión les convenía más calificarlo como un delito.
Me entristece observar a Barack Obama y a Enrique Peña Nieto haciendo campaña contra los populismos, dado que ninguno de los dos puede actuar como si no tuviera nada que ver con la formación, el crecimiento y, en algunos casos, hasta la consolidación de esos movimientos. Sobre todo, cuando han sido responsables por causas diferentes de conservar un mundo que ya es inviable.

Y es que, ambos líderes —como muchos otros gobernantes en el mundo— se niegan a darse cuenta de que el binomio impunidad-corrupción ha destruido las bases de la confianza pública en todos los continentes. Ignorando que no se puede condenar a los populismos y, al mismo tiempo, convivir con la lacra de la corrupción, creyendo que esa enfermedad mortal para la democracia se va a solucionar solo con articular nuevas leyes o con declaraciones heroicas.

Sin duda, la corrupción es, en gran parte, la semilla del mal que ha permitido que el populismo sea, ante el fracaso del sistema actual, una alternativa real en muchos países.

Los populistas nacen cuando los sistemas se agotan moralmente y se diluyen en sus objetivos nacionales, crecen cuando la frustración y las situaciones que fomentan la vía salvaje de la explosión popular se conjugan como si fueran un caballo desbocado que cabalga directo al precipicio.

Si Obama hubiera aplicado la ley a los que detonaron la crisis económica de 2008 con la misma contundencia con la que trató de cerrar la base de Guantánamo, el populismo en Estados Unidos sería diferente. Porque siempre que ha existido una tentación populista en el imperio del Norte, previamente se ha desatado una crisis económica, y siempre que esto ocurre Estados Unidos se aísla, carga la pistola y dispara contra toda sombra que amenaza su seguridad.

Siempre tuve la preocupación de que al final Obama solo llegara a significar un ligero toque de color en la historia de Estados Unidos. Aunque la noche que ganó me sentí parte de aquellos a los que denominaron héroes del cambio, la larga travesía por la impunidad de estos años trae hoy como consecuencia que puedaser presidente Donald Trump. Y ahora ese multimillonario está demostrando que podría convertirse en alguien que permitiría vencer el miedo que tan útil le resultó a Franklin Delano Roosevelt con el New Deal para sacar adelante al país.

Por su parte, el presidente de México tenía un panorama relativamente fácil, ya que debía, por un lado, consolidar los cambios estructurales que desde Carlos Salinas de Gortari nadie se había atrevido a hacer y, por otro, entender que para tener éxito con las reformas lo primero que debía garantizar era que ni la corrupción ni la impunidad le hicieran voltear hacia atrás y se añorase al mesías de Macuspana, Andrés Manuel López Obrador.

Pero en lugar de eso, Peña Nieto se dedicó a salvar y a pelearse al mismo tiempo con los que más tenían y a ofrecer un catecismo de esperanza para los que no tenían nada.

Las promesas eran muchas, entre ellas que las reformas serían garantes de libertad, que la luz y el gas costarían menos y que, por fin, el pueblo mexicano viviría en un mundo ideal donde los corruptos irían a la cárcel y Pemex se convertiría en una empresa exitosa. Sin embargo, se optó por poner en marcha una política económica que buscaba el control y solo terminó por paralizar el sistema.

Hoy, México está paralizado y agotado porque sencillamente —igual que sucede en países como Brasil, Estados Unidos y hasta en Francia— el presupuesto público es lo que mueve la economía nacional.
El fracaso de los líderes actuales ha creado una generación mundial de populistas, y pese a que tal vez esos líderes tuvieron buenas intenciones, no hay que olvidar que los cementerios y la historia están llenos de catástrofes desencadenadas por los bien intencionados.

Pero lo que no se puede hacer es hablar del fenómeno del populismo y negar que se contribuyó a fortalecerlo. Porque, en cierto sentido, Trump es hijo de Obama y López Obrador se está reconfigurando gracias a Peña Nieto.

Al final del día, sólo queda el insoportable olor a viejo, que ha traído consigo una situación donde la apuesta de los populistas se limita a romper la mesa y a destruir las puertas.

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