Hay una división tajante e insostenible a largo plazo. A un lado, una presidencia estatal sin pueblo pero armada hasta los dientes. Al otro, un presidencia simbólica y constitucional, sin posibilidad de ejercicio y totalmente desarmada, pero que cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría ciudadana y con el también inmensamente mayoritario apoyo de los gobiernos democráticos del planeta.
Pocas veces la historia ha consignado una polarización tan radical como la que se da en Venezuela entre el poder de la fuerza y el poder de la política. Polarización que elevada hacia el plano internacional se presenta bajo la forma principal de contradicción entre dictadura y democracia. Maduro y Guaidó, Guaidó y Maduro, son efectivamente representaciones venezolanas de la contradicción principal de nuestro tiempo. Contradicción que está muy lejos de la que se dio en el pasado reciente, a saber, entre una izquierda y una derecha mundial. No hay que olvidar en ese sentido que los dos principales aliados internacionales de Maduro –Putin y Erdogan– no son precisamente de izquierda.
Dicho de modo grueso, la contradicción venezolana, expresión agudizada de una contradicción mundial, tiene solamente dos salidas: O una salida militar o una salida política. En aras de una salida política, la mayoría ciudadana de Venezuela y la mayoría internacional se encuentran frente a la misma muralla: las FANB, el ejército venezolano, el estamento militar convertido por Chávez, los Castro y Maduro, en una enorme guardia pretoriana al servicio de un gobierno minoritario, fraudulento y, por lo mismo, usurpador.
Pero – y aquí está la letra mayúscula del problema– en las manos de ese ejército están las llaves que abrirán o cerrarán las puertas de la democracia venezolana. La clave es entonces militar. Pero la salida es política. O, por el bien de todos, debería serlo
¿Cómo descifrar la clave militar? No es muy fácil pues no estamos frente a un ejército normal. Estamos hablando de un ejército que es parte de una fusión entre un sistema, un gobierno y un partido. En términos politológicos, el chavo-madurismo ha convertido a las FANB en una organización corporativa, eje fundamental de una nueva clase dominante de estado. Sin embargo, hay que seguir horadando el tema. ¿Cómo traspasar el muro militar?
Juan Guaidó ha presentado una hoja de ruta dividida en tres fases: cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres. Sin duda la primera fase es la más difícil: cese de la usurpación significa, dicho en buen castizo, poner fin al gobierno de Maduro. Vale decir, si uno lee bien la línea Guaidó, estaríamos frente a una vía insurreccional sin que sean especificados los medios para transitarla.
Pero cualquier escenario que lleve al fin de la usurpación pasa por las FANB. Ya sea una lucha de desgaste, con alta participación masiva, que excluya el decrecimiento de las demostraciones y que incluya un alto número de cadáveres (reedición ampliada de las jornadas del 2017); ya sea un quiebre horizontal o vertical del estamento militar que lleve a un enfrentamiento entre militares (todas las guerras civiles han sido militares); ya sea una rendición del ejército frente a una invasión extranjera (la variable menos probable); ya sea combinaciones de lo uno o de lo otro, todas esas alternativas pasan por la hegemonía de lo militar por sobre lo político. Eso no quiere decir que la vía Guaidó sea incorrecta. Es correcta. El único problema es que, dada la correlación de fuerzas que se observa en suelo venezolano, está puesta en un orden incorrecto. Incluso, inverso.
Tal vez advirtiendo la incoherencia del orden discursivo de la línea Guaidó, cuatro gobiernos europeos, los de Alemania, España, Francia e Inglaterra, redactaron un ultimátum a Maduro. En términos escuetos el ultimátum dice así: si en el plazo de ocho días Maduro no convoca a elecciones libres reconoceremos como presidente de Venezuela a Juan Guaidó. Al ultimátum se van sumando otros gobiernos europeos.
¿Intentan los gobiernos europeos dar una chance a Maduro? A primera vista pudiera entenderse así. Pero a través de una segunda mirada entendemos algo distinto. Se trata de una posibilidad destinada a instalar carriles políticos antes de que ocurra un descarrilamiento cuyas trágicas consecuencias no queremos siquiera imaginar. En otras palabras, la “entente” europea ha invertido el discurso de Guaidó. El orden de la línea discursiva, de acuerdo a los gobernantes de esos cuatro países, debería ser entonces: elecciones libres – transición – fin de la usurpación.
Probablemente los gobiernos europeos calculan con que Maduro no aceptará medirse en nuevas elecciones –las que evidentemente perdería– y al fin no les quedará otro camino que reconocer a Guaidó como legítimo presidente de Venezuela. O tal vez esperan una señal de Maduro antes de tomar la decisión definitiva.
Convocar, en efecto, no quiere decir llamar de inmediato sino, simplemente, aceptar la realización de elecciones libres en un plazo indefinido pero breve. Visto así, los tres gobiernos ofrecen un tema para un diálogo entre las fuerzas contrarias y al mismo tiempo un objetivo de lucha a la oposición. Con respecto al diálogo, entregan una materia concreta a negociar (una negociación o diálogo que no incluya la palabra elecciones no debe hacerse jamás) Con respecto al objetivo de lucha, una alternativa real y una posibilidad para reconectar el proceso iniciado el 23-E con el 6-D, día en que nació la actual AN sin la cual Guaidó no existiría políticamente. Esto vale para el caso en que Maduro acepte el ultimátum. Pero sobre todo vale –como probablemente ocurrirá– para el caso en que no lo acepte.
Si Guaidó es tan inteligente como hasta ahora parece serlo, debería considerar la estrategia de los gobiernos europeos. Más todavía si tenemos en cuenta que las democracias latinoamericanas, aparte de discursos pomposos no han sugerido nada concreto.
Queda, por cierto, la posibilidad de que Maduro acepte el ultimátum o algunos de sus términos. La posibilidad no puede ser del todo descartada. Astuto como es, conoce las taras de la oposición mejor que las propias. Sabe por ejemplo que hay dos palabras que dividen a la oposición. Esas palabras son: diálogo y elecciones. La oposición alrededor de Guaidó debería estar desde ya en guardia frente a esa posibilidad si es que no quiere ceder hegemonía a los extremistas del maduroveteya, en-dictadura no-se-vota, no-lo-llames elección y otras mieles similares. Por de pronto, debería tener nombres en vista hacia eventuales candidaturas para que no vuelva a suceder lo mismo que en los diálogos de Santo Domingo donde fueron a hablar de elecciones presidenciales sin tener un candidato (algo así como asistir a tu boda sin llevar a tu novia)
¿Y la clave militar? Cabe imaginar que la clave militar puede ser descifrada mucho mejor con votos contados y certificados, e incluso con el reclamo masivo frente a evidentes fraudes, que con batallas callejeras donde solo se puede perder, o con grandes manifestaciones sin posibilidad de ser mantenidas durante un largo tiempo.
El momento no es insurreccional, es político. Por esa misma razón -reiteramos- el orden del discurso debería ser: elecciones libres – período de transición – fin de la usurpación. No entender ese orden solo puede llevar a la oposición a tropezar una y otra vez con la misma piedra
Por supuesto, la historia no se repite. Pero las estupideces, sí.
1. Llega la noticia de que el régimen ya mandó “al carajo” el ultimatum. Con eso no hace más que abrir las compuertas para que aumente la presión nacional e internacional por “elecciones libres”. Por cierto, no faltarán los aguerridos que declararán por cerrada la lucha por elecciones libres y optarán por otra vía que nadie sabe cual es.
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