Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963) se ha dedicado a analizar con enorme precisión las claves de la decadencia social y política venezolana desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. Ensayista (Ni tan chéveres ni tan iguales), narradora (ha publicado las novelas Latidos de Caracas y Todas las lunas, y los libros de relatos Pecados de la capital y otras historias y En rojo) y profesora de la Universidad Central de Venezuela, Kozak Rovero es una de las intelectuales más controvertidas de Venezuela. Como colaboradora de The New York Times, Prodavinci y Literal Magazine, pero también desde la academia, Kozak se ha encargado de desmontar los mitos impuestos por el gobierno bolivariano al tiempo que ha ejercido una crítica rigurosa a los intelectuales que se han mantenido indiferentes o han apoyado al régimen. Sus cuestionamientos, sin embargo, también se han dirigido a la oposición política del chavismo.
La propuesta de Maduro de la constituyente comunal es controvertida. Se trata de una iniciativa para redactar una nueva Constitución, formalizada hace unas semanas, que sustituiría a la actual. Prevé la elección de delegados de carácter corporativizado –obreros, dirigentes comunales, campesinos, militares–, junto a otros de elección directa. Su resultado, de acuerdo a lo que contempla el gobierno, no será consultado en un referéndum. ¿La sociedad venezolana podría apoyar, o aceptar pasivamente, esta propuesta?
En un principio, el fracaso político chavista de las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 y el hecho simbólico de que Henry Ramos Allup, un antagonista histórico del chavismo, haya sido el presidente de la Asamblea Nacional durante el año pasado, parecía una victoria de la oposición. Sin embargo, los sucesos actuales nos dicen que la dictadura de Maduro supo aplacar ese triunfo. El poder legislativo quedó neutralizado: no hay legislación en Venezuela.
Ha habido algunas cosas que la oposición ha dejado de hacer. En política las oportunidades tienen un momento. Y se perdió una oportunidad. Me pareció acertado cuando en 2012, durante las elecciones electorales contra Chávez, Henrique Capriles invocó el artículo 350 de la Constitución –que faculta al pueblo a desconocer todo régimen que imponga la usurpación y la tiranía–. María Corina Machado, sin embargo, ha sido la dirigente que ha estado en la oposición de manera más visible, pero, por algún motivo, no ha logrado conectarse con las bases del país.
¿Por qué dice que se perdió una oportunidad? ¿Considera que la coalición de partidos de la oposición venezolana, fundada en 2008 y conocida como la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), no ha sido una buena oposición?
Se perdió la oportunidad para hacer una oposición más frontal, más cruda. Probablemente faltó el apoyo internacional. La estrategia electoral de la oposición buscaba, entre otras cosas, apoyo externo. Eso lo puedo entender, pero se perdió un momento inmejorable para afianzarse y para formar una mayoría. Cuando el año pasado la MUD propuso un referéndum revocatorio
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pensé: la MUD acaba de ganar unas elecciones parlamentarias. Pero como no pudieron defender esa victoria, salieron a pedir otras elecciones. El revocatorio no se iba a dar. La oposición le prometió al país una cosa que sabía imposible.
¿No ha sido muy dura con su evaluación a la MUD? ¿Sus fallas no tienen que ver más con la gravedad del problema –con la imposición de la dictadura– que con la incapacidad?
La MUD ha cometido muchos errores, entre otros, ceder la vocería del referéndum revocatorio a Henrique Capriles Radonski. Capriles tiene una limitación grave: parte del acto de fe y no del olfato político. No iba a haber revocatorio; Capriles no debió mentirle a la gente ni prometer cosas que no iban a suceder.
Se podría pensar que el engaño lo llevó a cabo el gobierno y que la oposición luchó por hacer realidad el referéndum.
La MUD sabía qué iba a pasar. El referéndum no se iba a dar. Capriles es demasiado noble para esto. La política necesita gente maluca. El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Henry Ramos Allup, tendrá muchos defectos, pero tiene olfato político. Ramos también prometió que en seis meses habría referéndum, pero él sí tenía claro que esa iniciativa no se iba a concretar. Nunca se engañó.
¿Cómo valora el comportamiento de la oposición a partir de la crisis desencadenada desde abril, una vez que el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por Maduro, emitiera una sentencia que lo habilita para legislar por cuenta propia y quedara abolida la inmunidad parlamentaria?
Una vez que la MUD se quitó el sambenito electoral mejoró considerablemente: aceptó la realidad y le opuso resistencia al gobierno. El cambio es asombroso: parece que les hubieran quitado una brujería, un sometimiento a la lógica electoralista. Ahora, que es el momento de actuar sin la mordaza electoral, ha habido una incapacidad para promover y presentar un liderazgo unívoco, que no luzca tan fragmentado, una figura a quién seguir. Habría podido ser Capriles, si en vez de regresar a la gobernación de Miranda hubiera cargado con los siete millones de votos que obtuvo y se hubiera lanzado a asumir el liderazgo nacional de la MUD. Siete millones de votos es un capital muy poderoso. Capriles tenía que haber empoderado ese voto. Pero eso no pasó y ese capital se ha ido perdiendo. Capriles no jugó como un estadista, sino como un político local.
¿Quién es ese líder de la oposición hoy?
Hay varios. Entre ellos Leopoldo López, que podría aglutinar esa voluntad popular de resistencia. Estos años de presidio, desde 2014, le han permitido reflexionar y leer. Está aislado. Desconocemos la situación de Leopoldo López. Tendremos que esperar a ver en qué condiciones sale de la cárcel. Ojalá que esté bien y encare una circunstancia que parece que el destino le tiene reservada.
¿Le ha reanimado la nueva postura de la MUD?
Sin duda. Demuestra que en Venezuela hay músculo democrático: gente dispuesta a jugarse el todo por el todo, a luchar. La MUD se quitó la mordaza para plantear la lucha en el terreno que tenemos: en Venezuela se ha establecido una dictadura comunistoide. Eso la hizo crecer en estatura política, moral e intelectual. La temperatura heroica de la oposición ha subido a ojos de una ciudadanía que estaba en un profundo estado de depresión.
¿Venezuela puede librarse de Maduro y del régimen político chavista? ¿Podrá la constituyente comunal cambiarle la cara a la gobernabilidad en Venezuela?
Estamos ante una oportunidad histórica importante. Tenemos el apoyo internacional, que puede plantear una salida distinta. El gobierno debe haber creído que con la propuesta espuria de la constituyente podría acallar las presiones para hacer elecciones, dentro y fuera de la OEA. En Venezuela hay una clara tendencia política hacia la izquierda. Este debe ser uno de los países más socialdemócratas del mundo. La MUD nunca ha atacado al gobierno chavista por ser de izquierda; ser de izquierda es una virtud. Casi todos los dirigentes políticos que tiene el chavismo, que han trabajado para destruir este país, vienen de la universidades autónomas nacionales: la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Zulia, la Universidad de los Andes. En la universidad latinoamericana, la izquierda antidemocrática ha tenido un peso sustantivo, que le ha hecho un enorme daño a la educación democrática en América Latina. Las universidades que pierden el carácter universal se convirtieron en seminarios; en Venezuela han pasado a ser marxistas. Esta generación de venezolanos tuvo una herencia democrática significativa que no supo valorar ni defender.
El chavismo ha replicado una pequeña Venezuela alterna, otro país, con su opinión pública, sus intelectuales y humoristas. ¿Cuál ha sido el papel de los intelectuales chavistas en este contexto?
El gobierno de Maduro ha tenido éxito en destruir las instituciones de Venezuela, ha demolido por completo Petróleos de Venezuela (PDVSA), las empresas siderúrgicas y la economía, así que ha querido controlar a la población a partir de la entrega de medicinas y comida. Es una cruda lección de la biopolítica: gobernar para asegurarse el control de la supervivencia mínima de la gente. A partir del derrumbe del mundo socialista, en 1989, la izquierda en América Latina convirtió al neoliberalismo en su enemigo para poder seguir con lo que, considera, son sus luchas. Mientras una parte de la izquierda se aferró a ese criterio, emergió otra, vinculada al Foro de São Paulo, alineada con militares y de carácter profundamente antidemocrático, que es donde se insertó Venezuela, una izquierda que retomaba las banderas cubanas y el guevarismo. No ha habido una discusión a fondo de lo que significó el fracaso de la izquierda revolucionaria en el siglo XX. Lo que hay es una discusión sobre cómo triunfa el capitalismo, pero no hubo un verdadero diagnóstico de lo que sucedió.
El éxito de Chávez consistió durante un tiempo en que pudo presentarse como un demócrata, en términos liberales, aun asumiendo el cuerpo doctrinario guevarista.
Por supuesto. Chávez fracasó en su primer golpe de Estado, en 1992. En 1997 asumió los modales del establishment político asesorado por Luis Miquilena. Luego, fue desbaratando esas formas democráticas desde el poder. Al inicio, parte de la intelectualidad de izquierda –generalmente personas independientes, de tendencia política moderada– respaldó a Chávez porque este se había apropiado de una retórica en contra del neoliberalismo. Este primer grupo se alejó muy rápido de Chávez, en cuanto vieron su veta autoritaria. Pero se quedó con él un núcleo duro: Carlos Noguera, Luis Alberto Crespo, Luis Britto García, Earle Herrera, Iraida Vargas, Mario Sanoja, Gabriel Jiménez Emán, Farruco Sesto, Iván Padilla Bravo. Ellos comenzaron a tratar de producir, a través del Ministerio de Cultura, un debate ideológico de las fuentes del chavismo.
Aquello conformó una singular mezcla que se veía también en el discurso de Chávez: marxismo con cristianismo, guevarismo con bolivarianismo; todo vendido como el “socialismo del siglo XXI”. Los intelectuales no han tenido un papel muy relevante durante el chavismo, salvo haber planteado algunos temas específicos, como la masificación de la educación y de la lectura a partir de una idea completamente anacrónica: que a la burguesía no le interesa un pueblo educado para poder dominarlo. Ese planteamiento se tradujo en la política del gobierno de regalar dinero. Sin embargo, no hubo ninguna transformación real del consumo cultural en Venezuela, como lo indican las encuestas que ellos mismos suelen hacer y cuyos resultados ahora no publican.
Chávez no confiaba en sus intelectuales. Es revelador que haya creado un centro de pensamiento, el Centro Internacional Miranda, al que puso como director a Juan Carlos Monedero, un académico que ahora es mejor conocido por su filiación a Podemos. En Venezuela había marxistas muy serios y de sólida formación; es probable que ninguno de ellos haya querido respaldarlo.
En su momento, Monedero hizo unas advertencias en contra de los vicios del “hiperliderazgo” que molestaron a Chávez.
Los intelectuales son una flor en el ojal hasta que abren la boca. En un gobierno autoritario si se ponen a opinar se convierten en un problema.
Para este tipo de dirigentes, de origen militar, los intelectuales son personas despreciables, alejadas de lo que es importante para el pueblo.
Chávez siempre hablaba de sus lecturas y de la importancia de leer. La escritora Margarita López Maya ha dicho que el Estado comunal venezolano es la utopía de un millonario con una chequera petrolera. Monedero y sus allegados hicieron la tarea: pensaron el Estado comunal venezolano. Leí sus conclusiones: la democracia participativa, el cambio de hábitos culturales, la voluntad general sobre la particular, el bien común, el castigo a las transgresiones.
Durante un tiempo breve, Chávez pudo justificarse en la idea de que los criterios del Consenso de Washington estaban pensados para favorecer intereses bancarios, y que fueron los grandes responsables de las crisis sociales en el Tercer Mundo.
En América Latina se ha afirmado que la quiebra de nuestros países, o su fracaso, es culpa del neoliberalismo. Eso es una falacia insostenible: Venezuela, por ejemplo, jamás fue neoliberal, decirlo sería una simplificación. El mundo intelectual chavista se sostiene en lo mismo que anima a la intelectualidad comunista –la obediencia y el silencio–, y no en la labor más importante del intelectual: la crítica, la discrepancia o el debate sin concesiones. Se criticaban ellos, pero Chávez era intocable. El único espacio en el que eso se hacía era el portal Aporrea.org.
Ahora “expulsados” por Nicolás Maduro.
Así es. Se suponía que Chávez sería la figura que, temporalmente, iba a condensar la voluntad del Estado y el control institucional, mientras florecía la nueva sociedad. Los chavistas decían que eso era así porque estábamos en una etapa de transición entre un modelo y el otro. Se asentaban las instituciones y el pueblo pasaría luego a otra etapa de la organización popular. Como suele pasar en los gobiernos autocráticos: no queda nada de las instituciones o del pueblo, solo queda el líder. Queda ahora Maduro, sin la popularidad de Chávez. Un liderazgo menguado y un precio petrolero que se vino abajo.
¿Qué es lo que sostiene entonces a Maduro?
La chequera petrolera y el poder militar. Lo que Venezuela tiene es una situación impuesta: una dictadura, una tiranía militar, una tiranía basada en el poder militar.
¿Cuál es entonces el papel del ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López?
Ejerce un papel pretoriano, como se espera de la alta jerarquía militar en los países comunistas. Además, lo hace bien. El asedio que ejercieron los alemanes sobre la Unión Soviética en la Guerra Mundial tiene relación con la purga de generales que promovió Stalin pensando que lo iban a derrocar. Hay que mantener una lealtad completamente monolítica para no ser echado. Ellos saben que tienen a la sociedad dominada; todavía conservan cierto oxígeno clientelar y aún así son tan descarados como para amenazarla si protesta o no darle la bolsa de comida si cacerolea.
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Maduro se sostiene con el temor. En eso puede estar un país metido por décadas enteras.
El chavismo alimentaba la sociedad de masas. Se jactaba de su popularidad, de su éxito electoral. Ahora se ven militares y amenazas.
El madurismo es el chavismo sin gente. El chavismo despertó en muchas personas en América Latina, gente como Heinz Dieterich, un tema que pensábamos resuelto. Los comunistas no aprendieron o no entendieron nada. Estaban hibernando y despertaron. Regresaron hablando de lo mismo. Eso no se quita, son los delirios del “nuevo socialismo”. Hay dos tipos de dirigentes: el santurrón, que termina haciendo cosas terribles –como Padrino López o Ernesto Villegas, que siempre presumen de su rectitud y su postura–, y los que son cínicos y descarados, como Aristóbulo Istúriz. Terminar concretando grandes mentiras, grandes injusticias, grandes imposturas, que generan tragedias sociales graves, atendiendo, se supone, a los sentimientos más nobles y humanos. Piensan que el mal existe y que puede ser redimido: será necesario anotarse en la próxima utopía. Algunos de ellos ya estaban en el posmarxismo, en la posmodernidad, habían asumido el aprendizaje de la humanidad. Alí Rodríguez, Jorge Giordani. Y de pronto, con Chávez, reincidieron. Volvieron e hicieron lo mismo: provocaron una tragedia mucho peor que la que encontraron. Marc Fumaroli ha dicho que ser de derecha “es aceptar el principio de la realidad en la economía”. ¿Hay otra economía que no sea la de mercado?
En el Foro Social le dirían que “otro mundo es posible”: Venezuela.
O Corea del Norte.
¿Qué puede pasar en Venezuela con la constituyente comunal? ¿Podrá Maduro imponerla, a pesar de su impopularidad y la debilidad de su gobierno?
Las protestas populares en Venezuela, lamentablemente, siempre han estado vinculadas a los saqueos. Las olas de saqueos que se han producido desde diciembre –espaciadas, controladas, aisladas a veces, pero continuas– indican que hay un enorme malestar popular. El gobierno ha tolerado esto porque es una poderosa manera de drenar energía; los protege de un escenario más grave: que se encare a los políticos del chavismo, del psuv, que son en definitiva los verdaderos causantes de lo que sucede. Pero además de la protesta que se expresa en saqueos también hay una protesta popular organizada. La vemos todos los días.
¿Quiénes van a participar en la constituyente comunal? La camarilla y la clientela del chavismo. Es una iniciativa que implica una disyuntiva para la oposición: “Si participo es un error. Si no lo hago, ellos se atornillan en el poder.” Ver a la MUD metida y decidida a entrar en un escenario de resistencia cambia el cuadro que existía. ¿Hasta dónde se puede llegar? Se han dado todos los elementos para que el gobierno comprenda que su debilidad es muy grande. Pienso que la eclosión del chavismo es lo que puede, finalmente, voltear las cosas. La denuncia de la fiscal general del Ministerio Público, Luisa Ortega Díaz –que ha sido parte del chavismo–, en la que dice que las recientes sentencias del Tribunal Supremo “rompen el hilo constitucional”, hizo mucho daño puertas adentro.
Tanto que, después de su declaración, el Ejecutivo le quitó los escoltas.
Y Venezolana de Televisión no volvió a transmitir ninguna declaración suya. Lo que dijo disparó las alarmas en todo el mundo. Que la fiscal chavista hable de ruptura del orden constitucional es un escándalo. Su esposo, Germán Ferrer, miembro del psuv, tiene opiniones similares. A eso podemos agregar otros pronunciamientos importantes: las declaraciones de Yibram Saab –el hijo de Tarek William Saab, defensor del Pueblo– pidiendo a su padre el fin de la represión del gobierno, o las del músico Gustavo Dudamel, un símbolo del chavismo.
Eustoquio Contreras, exconstituyente, exviceministro, miembro del chavismo, ha declarado igual.
Lo lógico es que esta tendencia ponga a las Fuerzas Armadas en el papel que casi todo el mundo espera: detener esta locura, negarse a ocasionar una guerra civil y obligar a Maduro a convocar a unas elecciones limpias.
El núcleo de dirigentes que gobierna Venezuela se ve cada vez más demente. Parecen un puñado de personas que han decidido suicidarse para esperar el fin del mundo, pero con todo el país dentro.
El deseo más íntimo de Nicolás Maduro debe ser ese: ser Salvador Allende. Pero no hace falta advertir que Allende no mató, torturó ni encarceló a opositores.
Además de Maduro, el gobierno venezolano tiene otro ícono represivo: Diosdado Cabello. Es un personaje muy oscuro, del cual se habla poco pese a su poder.
Diosdado hace el papel del villano. Dice la verdad. Si uno quiere conocer la verdad del régimen debe armarse de valor, taparse la nariz y oírlo. Las Fuerzas Armadas en Venezuela siempre han actuado de acuerdo a su conveniencia; en eso se parecen a la Iglesia. Eso es lo que le conviene al país, que en las Fuerzas Armadas opere el instinto de conservación.
El chavismo podría eludir las protestas, imponer el orden, convocar su constituyente comunal, aprobarla con el 15% de aceptación popular, e imponer su dictadura entre un sobresalto y otro.
Parecería que todo está dado para que este gobierno llegue a su fin. Sin embargo, no es fácil asegurarlo, porque los maduristas parecen estar dispuestos a todo. Podríamos llegar a un estado de guerra civil, que después de todo le podría interesar a Maduro, porque lo mantiene en el poder.
Uno de los preceptos más sensibles para un militar es el de la seguridad y la defensa. El orden interno. La pregunta es si las Fuerzas Armadas van a acompañar a Maduro en esa locura.
Han permitido que los colectivos actúen y que el gobierno de Maduro y Cabello arme civiles, que asaltan manifestantes, disparan y saquean negocios y residencias. Se podría pensar que a los militares no les gusta ese escenario. Los militares venezolanos se quedaron callados cuando Maduro dijo que iba a armar a cien mil milicianos. Vladimir Padrino López se cuadró con la constituyente al día siguiente del anuncio de Maduro. Ese paso le puede abrir las puertas a la violencia general en el país. Puede haber disensos en el chavismo, rupturas internas. Eso ayudaría al desarrollo pacífico de la historia. No creo que la presión internacional sea suficiente para que Maduro cambie su actitud. Sonará antipático, pero tengo que decirlo: el pueblo venezolano les dio su respaldo a estos dirigentes en algún momento. Este es un pueblo que firmó su sentencia de muerte cuando, en 2012, volvió a votar por Chávez y terminó votando por Nicolás Maduro. Vamos a ver si esa sentencia de muerte es o no definitiva. El gobierno no tiene pueblo, prestigio, legitimidad política ni control de la situación. Tiene militares. ~
Letras libres, 19 junio 2017
Fotografías: El Nacional, Caracas
Alonso Moleiro
Es periodista, conductor de radio y escritor. Ha publicado Solo los estúpidos no cambian de opinión. Conversaciones con Teodoro Petkoff (Libros Marcados, 2006). Escribe en el rolativo Tal Cual, y en los portales HispanoPost, de Miami, y El Estímulo.
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